La ciencia de la tecnología en el aula
En los breves párrafos se esconde una de las grandes paradojas de nuestra civilización, que podríamos expresar más o menos así: la tasa de invención, el avance de las tecnologías es mucho, muchísimo menor a la de la evolución humana. Ojo: aquí hay gen escondido.
Efectivamente hay múltiples evidencias de que seguimos evolucionando como especie, y en algunos casos de manera relativamente acelerada (como se comprueba con algunos genes cerebrales relacionados con la capacidad de lenguaje), pero de alguna manera somos los mismos bichos que alguna vez pintaron mamuts en la caverna o se maravillaron con el rayo o descubrieron el famoso monolito de 2001, odisea del espacio.
Dominamos el fuego, diseñamos puentes, aviones y cohetes, inventamos prótesis y a los Teletubbies, pero somos, en el fondo, los mismos cavernícolas de siempre.
Entonces, si algo ha cambiado, eso no es nosotros, sino lo que nos rodea. Pero… ¿qué es esto que somos? ¿9 botellas de sangre, 1 balde grande de grasa, unos cuantos metros de intestino, miles de kilómetros de vasos sanguíneos, 2 metros cuadrados de piel, 5 millones de pelos (bueno, no en todos los casos), algunos dientes, un cerebro, unos miles de genes?.
La cuestión es que no somos sólo lo que traemos de fábrica. Por un lado sí, somos eso, lo que heredamos de papá y mamá y, para bien o para mal, no hay con qué darle. Pero por otro lado está lo que logremos con lo que traemos de fábrica, y con eso está todo por hacerse.
La familia, la educación, los amigos, lo que comemos, la gimnasia, la humedad… en fin, todo lo que en biología podríamos llamar «ambiente» es también, en buena parte, nosotros. Uno podrá tener genes para ser alto, pero si no come bien serás de los primeros de la fila. Uno podrá tener una cierta propensión genética a alguna enfermedad (aunque hay muy pocos casos en los que un solo gen determina esto), pero su estilo de vida podrá determinar las visitas al médico. Entonces, esto que somos es, al menos, dos cosas. Seremos lo que debamos ser, y también un poco lo que queramos y podamos ser. De alguna forma, de eso se trata vivir.
La naturaleza y la vida cotidiana son una fuente inagotable de preguntas y de pequeños o grandes experimentos. La cocina, la escuela, la cama, los charcos o las protestas sociales pueden y deben ser también objeto de investigaciones como parte de nuestra vida.
Asimismo, pueden ser objeto permanente de experimentaciones: aplicar una mirada científica es, en cierta forma, una forma de suspender la credulidad, pero no el asombro. Cuidado: estamos hablando de ciencia en tanto mirada, acción, duda, y no de investigación científica profesional, que, como todo oficio, tiene sus códigos, sus reglas y su jerga tan particular.
Es en este sentido, el de la ciencia como verbo (hacer, mirar, sorprender, debatir), como el pensamiento científico puede y debe permear la vida escolar como un área más de la cultura que supimos conseguir.
Sin embargo, el concepto de ciencia no suele estar ligado al de cultura o, en todo caso puede ser considerada como una subcultura, como un área alejada de intereses humanísticos.
Sin duda que a esto contribuyen los arquetípicos hollywoodenses de científicos locos, malvados, carilindos y anteojudos, así como también las típicas noticias periodísticas que comienzan indefectiblemente con «un grupo de científicos».
Hace ya más de cincuenta años se definió las famosas dos culturas, la humanística y la científica, con un límite tajante e infranqueable entre ambas. Así, las (pocas) horas de ciencia escolar se compartimentalizan, se escinden del resto del mundo y ocupan un lugar misterioso donde se habla y hasta se piensa distinto (lugar que a veces recibe el nombre de «el laboratorio»).
El asunto es, claro, cómo lograr encausar la ciencia en el aula, utilizarla como lupa y como microscopio hacia la vida cotidiana y entender quiénes son nuestros aliados: la curiosidad, la sorpresa, los preguntazos, los experimentos… la tecnología. Y la ciencia comienza siempre haciendo preguntas.
Pero esto que parece tan sencillo no necesariamente lo es: ¿qué es una pregunta científica? ¿Cómo se aprende a formularlas? ¿Cualquier enfoque descriptivo es adecuado o, por el contrario, debemos avanzar hacia saber de qué se trata?
La formulación de preguntas científicas es un arte y una ciencia en sí misma. Hay quienes tienen a estas preguntas como su objeto de estudio, y hasta las clasifican, tenemos así las preguntas de inferencia, de interpretación, de transferencia, reflexivas, hipotéticas y siguen los signos de interrogación.
En todo caso, un denominador común de las preguntas científicas tal vez sea el hecho de que nunca se cierren con un portazo de respuesta, sino que, por el contrario, abran nuevas preguntas y nuevas puertas, de manera que la zanahoria siempre esté un poco más lejos. Parece una desilusión saber que el camino nunca acaba pero en realidad es fascinante.